LA ANSIEDAD POR LA COMIDA.
LA ANSIEDAD POR LA COMIDA. EL FRACASO DE LAS DIETAS DE ADELGAZAMIENTO.
Pleno preludio de verano, de despojos de ropa que a muchos asusta. Las dietas de adelgazamiento se multiplican y una de cada tres personas modificará sus hábitos de alimentación es pos de lucir el mejor tipo posible en la playa.
Muchas personas consiguen adelgazar, puede que hasta un 80%, pero sólo un 10% se mantiene en el peso alcanzado, y prácticamente el 100% declara sentir deseos de comer y en muchos momentos ansiedad por la comida. Ansiedad que a veces les hace perder el control y atracarse. O bien tirar la toalla y volver a los quilos de más, sumando un nuevo fracaso…
Otras veces, la persona obesa ni siquiera intenta perder peso, y se esconde detrás de un trastorno depresivo, donde comer se convierte en un analgésico, un anestésico a su dolor, el único pequeño placer de su vida, aunque a la vez es una prisión de culpabilidad. Pero este es otro tema que podríamos tratar en otro artículo.
Y es que la alimentación no es solo un “suministro de nutrientes”, sino toda una “relación basada en el placer” de disfrutar de la comida. Una relación que debemos conocer y gestionar, para que no se vuelva ansiosa y descontrolada, riesgo que se multiplica al hacer una dieta estricta para perder peso. Vamos a explicarlo…
Desde un punto de vista biológico, la sensación de hambre es una alarma que indica la necesidad de nutrientes en el organismo. Comer en esos momentos constituye un alivio placentero que sacia y equilibra esa necesidad. Sin embargo, además de comer por necesidad, comemos también por placer. Es decir, si tenemos hambre, disfrutaremos más de un buen plato de chuletón con patatas que de un sobrio cuenco de arroz blanco, que aunque saciaría el hambre, no sería tan placentero.
Sin embargo, al hacer dieta, se prohíben esos alimentos que más nos gustan, y aquí está el principio del desequilibrio: quien haya hecho dieta restrictiva, habrá podido sentir que el hecho de prohibirse ciertos alimentos, aumenta extraordinariamente el deseo por ellos. La persona puede ser capaz de controlarse los primeros días, en una dieta estricta, nada placentera y sin apenas calorías. Podrá reprimir su impulso de placer un día y otro, e incluso sentirse victoriosa por vencer a su propia naturaleza. No obstante, su deseo cada vez puede volverse mayor… y más incontrolable. Es común en este proceso antinatural que la persona se vuelva triste, irritable y ansiosa, en el enérgico intento de contener su impulso.
LUCHAR CONTRA NATURALEZA ES, ANTES O DESPUÉS, UNA BATALLA PERDIDA…
En algún momento el control bajará la guardia y, seguramente, sucumba la tentación de un chocolate, una galleta o cualquier otro manjar. Y una vez que la voluntad cede al pequeño placer prohibido, la sensación orgásmica del disfrute nos hace vulnerables… y en ese punto es muy difícil parar. Como dice la vulgar expresión, “de perdidos, al río”… de una onza de chocolate puede pasarse al atracón de la tableta, o del paquete entero de galletas… Como si se tratara de una posesión demoníaca que hace perder el control. En palabras de Oscar Wilde:<<La única forma de vencer la tentación es entregarse a ella>>.
Después de caer en este placer prohibido, la culpabilidad y la frustración se adueñan de la persona, quien se impondrá: “No puede ser; a partir de ahora debo controlarme más”. Pero ya dijo San Agustín << Nadie puede vivir sin el placer>>, así que, de esta forma, la persona va quedando, poco a poco atrapada en una lucha contra su propia naturaleza. Su percepción de autocontrol se va mermando; y a la misma vez su autoestima y estabilidad emocional.
El error, por tanto, radica en que la mayoría de las dietas se basan en la idea de control y sacrificio, cuando en realidad la relación que nos une con la comida es la búsqueda de placer como instinto natural. No podemos controlar y reprimir el placer, porque precisamente el control excesivo, es justo lo que hace perder el control. Se descontrola el metabolismo y la psique, dando lugar a una relación ansiosa, a veces obsesiva con la comida. El equilibrio se haya pues en permitirse el placer en su justa medida, y en lugar de imposiciones rígidas, crear hábitos sanos y agradables, que podamos mantener en el tiempo.