LA ADICCIÓN AL ENAMORAMIENTO

Mariposas en el estómago, el corazón en la garganta y una agradable tensión en el pecho que entrecorta la respiración sólo con pensar en el ser amado… Enamorarse y ser correspondido es una de las vivencias más intensas y fascinantes que el ser humano puede experimentar. La secreción de dopamina se dispara activando poderosamente los centros del placer del cerebro, como si se tratara de la droga más potente. Crece la energía y la euforia hasta límites insospechados: es posible pasar largas horas al teléfono, hasta de madrugada, sin un ápice de cansancio. La persona puede “cambiar” modificando su forma de vestir o de comportarse, en pos de hechizar más si cabe a su príncipe o princesa, que se convierte en el centro de todos sus intereses.  El cerebro está en un estado obsesivo reiterando y entremezclando recuerdos vividos y fantasías soñadas junto al ser amado. La pasión regala momentos de clímax absoluto en los encuentros sexuales. La felicidad es intensa, plena, y dibuja en el enamorado esa sonrisa hipnótica, del que está como ido, absorto… Y no es que pretenda borrar la magia de este aparente “amor romántico”, pero sí debo aclarar que este excitante estado de  “enamoramiento” no es “amor” sino más bien un “estado de enajenación mental transitorio”. Una dulce embriaguez mental  con  fecha de caducidad, pasados unos meses, o como mucho, dos años. Y menos mal que es así, porque tal estado de euforia en el cerebro trastorna sus funciones, y  puede generar insomnio, ansiedad o falta de concentración, dando lugar a problemas en el estudio o en el trabajo, o en otros ámbitos de la persona.

La Naturaleza es muy sabia y parece orquestar una armonía perfecta. Así, este enamoramiento, con todas sus maravillas y sus riesgos, es necesario y biológicamente adaptativo: nos orienta a la unión con el otro, nos coloca en perspectiva del “amor maduro”: un sentimiento menos pasional pero más estable y profundo. En el amor maduro se siente cariño, admiración, estabilidad, atracción, pero seguramente ya no se experimenta esa euforia, ni esas mariposas en el estómago, desatadas por el chute de dopamina que “drogaba” al cerebro en el enamoramiento. Y aquí puede empezar el problema: si la persona no acepta esta transición del “enamoramiento” al “amor maduro”, donde ya el ser amado no es ese idílico ser perfecto de nuestros sueños, sino una persona normal y corriente, con sus virtudes y defectos. Si la persona queda “enganchada” a la magia del enamoramiento, puede interpretar que si ya no vuelan las mariposas en su estómago, es que el amor se ha esfumado. Entonces, como pirata que naufraga, intentará resurgir y seguir buscando el ansiado tesoro en otro lugar diferente. Y así, si logra ser diana de Cupido, volverá a extasiar su cerebro, en este estado mágico pero transitorio, hasta que nuevamente, caduque su enamoramiento. Y esta búsqueda del amor, o mejor dicho del “estado de enajenación mental transitorio” que es el enamoramiento, puede volverse repetitivo e inevitable, y así, transformarse en una adicción.

La adicción al enamoramiento ocurre mayormente en personas con personalidades entusiastas, aventureras, que huyen de la monotonía y necesitan vivir nuevas experiencias. Generalmente son personas creativas, muy seductoras, que disfrutan intensamente de este juego de encuentros y desencuentros pasionales con diferentes personas. A veces se casan y crean familias, pero buscan su dosis de pasión en otras personas de fuera, y viven esta doble vida a menudo con gran tensión, y con un vacío en la profundidad de su alma, porque realmente sienten la frustración de que su sueño de amor verdadero nunca se consolida, sino que caduca una y otra vez.

Se ha comprobado a través de técnicas de neuroimagen que el enamoramiento activa las mismas zonas cerebrales que algunos opiáceos o sustancias estimulantes como la cocaína. Esto puede explicar el estado de activación y euforia y la tendencia del cerebro a buscar estas sensaciones placenteras, principio de cualquier dependencia o adicción.

Sin embargo, y para concluir, la adicción al enamoramiento no está considerada como un trastorno. De hecho, aún ningún experto se ha atrevido a decretar cuál es el modo correcto de vivir el amor. Esto es más bien una elección de cada quien. Sólo me gustaría invitar a la reflexión de que conocer mejor cómo experimenta nuestro cerebro este sentimiento, nos ayuda a decidir con más sensatez cómo vivir el amor, para decantarnos más por la felicidad y la libertad, y no por las cadenas de una adicción.

Mónica Ferrera, psicóloga y psicoterapeuta.

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  • Mónica Ferrera

  • "A través de este blog quiero compartir conocimientos y experiencias sobre la mente, el comportamiento y el sentir humano. Lejos de tecnicismos y diagnósticos psiquiátricos, me centro en la vida misma, en los condicionantes que influyen día a día en la felicidad o infelicidad de cada uno de nosotros. Para ello me baso en mi experiencia clínica en la consulta, en mi pasión por seguir formándome y aprendiendo cada año, cada día; en numerosas investigaciones que he contrastado; y cómo no, en mi experiencia personal. Mi objetivo es aportar y compartir. Mi deseo, poner en tus manos herramientas para ser más feliz."
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